Fallo del XX Certamen de Relato ¿Dónde está la Navidad?

31 enero, 2025

Reunido el Jurado compuesto por Agustín García Aguado, ganador de la edición anterior, las escritoras,  Lourdes Pinel, Matilde Tricarico, Carola Aikin, Claudia Adriazola, Isabel Montero Bonilla, Guillermo Gutiérrez, profesor de Culturamas, con relación a los relatos concurrentes a esta XX edición, acuerdan:

1º. Declarar, el primer premio al relato La partera de Belén. 30 puntos, la autora es María Victoria Antón, cuyo premio consiste en 300 euros en libros en la librería que elija la ganadora.

Tiene 78 años, Enfermera jubilada y escritora tardía. Premio Nacional de Enfermería Comunitaria y Profesora Honoraria de la Universidad Autónoma de Madrid

Ha recibido varios premios literarios y ha participado con sus publicaciones en algunas revistas y libros colectivos, autora de cinco novelas.

2º. Declarar, el segundo premio al relato El Noel de la otra Navidad, 25 puntos, autor Juan José Fernández-Arroyo Manso. Recibe el premio de un curso online de Creación Literaria en Cursos Culturamas.

Nacido en Madrid en 1967, estudió Derecho en la Universidad Complutense de Madrid y desde 1992 ejerce la abogacía. Con una visión literaria del mundo, escribe desde muy temprana edad y cuenta con una novela autopublicada, Los vínculos invisibles, otra sin publicar y más de una veintena de relatos cortos.

3º. Declarar, el tercer premio al relato La invasión de la Navidad, 23 puntos, autora, Margarita del Brezo.

Empezó a escribir en el 2015. En abril de 2023 publicó su primer libro de microrrelatos, «Un bocado y medio», y el cuento “El sauce llorón que quería reír”.

En su blog www.escribirsobrelapuntadelai.es se pueden encontrar los relatos premiados o mencionados.

Mención oral para el relato Queridos Reyes Magos, 21 puntos, autor, Estanislao Pan García.

Estanislao nace en Madrid en 1986 bajo la sombra del cometa Halley. Desde muy pequeñito siente un gran interés por contar historias, ya sea por escrito, ya sea a gente desventurada que se encuentre en su radio de escucha. Después de un paso lejano por el extinto webcomic “Exaltación de lo Improcedente” se ha lanzado a su antigua pasión de escribir relatos breves. Entre sus obras ganadoras o finalistas en concursos de los últimos tiempos se encuentran “Los toros del alcalde”, “El premio de tu vida” o “La gesta de Sir Alistair”.

De lo cual, como organizadora del certamen, doy fe en Madrid a 31 de enero de 2025

Sonia Aldama Muñoz

Os dejamos con los cuentos ganadores.

LA PARTERA DE BELEN

Me llamo Esther y vivo en Belén. Es un pueblo muy pequeño donde  nos conocemos todos. Pero en estos días, en que el Cesar quiere que todos se empadronen en su lugar de origen, el pueblo es un ir y venir de viajeros. Como dice mi vecina Claudia: los que gobiernan no tienen ni idea de cómo nos complican la vida a todos.

Ella fue la que me avisó que en el establo, junto al camino hacia Jerusalén,  había visto a una pareja joven, porque con el edicto, en Belén ya no quedan posadas  ni casas donde alojarse. Me dijo que la chica parecía a punto de alumbrar. Ella sabe que soy partera y  me iba a preocupar que pariera entre vacas y bueyes. Los establos están sucios y puede ser peligrosos. Me eché a la alforja mis telas y las hierbas que uso cuando hace falta,  y bien temprano me fui a visitarla.

Cuando llegué ya tenía el niño en sus brazos.

Como le dije a mi vecina: ¡No os lo vais a creer! El establo estaba lleno de gente muy elegante, con túnicas y criados que habían llegado con camellos. Me costó acercarme a ella. Me dijo que se llamaba María. No tenía ni diecisiete años. No había una sola mujer a su lado. Ni su madre,  ni una hermana, nadie.  Solo hombres, y en estos casos los hombres sirven para poco. La chica era primeriza y estaba asustada. Normal, si estaba rodeada de extraños que le llevaban regalos inútiles.

Los saqué a todos, aunque protestaron en lenguas que extranjeras, les pedí que trajeran agua, que hicieran un fuego fuera del  establo y que no molestaran. El padre de la criatura, un carpintero tan joven como ella,  también estaba  asustado. Cuando les dije que el niño estaba bien, la lavé a ella y lo dejé arregladito,  la pareja se quedó mas tranquila.

¿Quiénes eran esos? Pregunté a José cuando se iban los de los camellos, y la gente se quedaba mirando como en la cabalgata de las fiestas. Él se encogió de hombros, y a ella le dio la risa, y a mí también.

Les preparé una infusión y me quedé un ratito con ellos. El bebe era precioso y se puso a mamar con ganas. Nos despedimos con un abrazo, el niño me sonrió.

María, ¡este chiquitín te va a dar muchos disgustos!

MARÍA VICTORIA ANTÓN

 

EL NOEL DE LA OTRA NAVIDAD

A Antonio nunca le gustó la Navidad, pero desde que enviudó y, hace ahora tres años, ingresó en la residencia —hogar gerontológico, papá, le corrigen sus hijos, le parece a él que para limpiar su conciencia—, su aversión por estas Fiestas ha aumentado si cabe.

Pese a que tiene un alto grado de dependencia, Antonio, ayudado por un andador, aún camina por sus propios medios y es, además, de los pocos residentes que todavía mantiene la cabeza en su sitio, circunstancias estas que le proporcionan cierto estatus entre los empleados del centro, que le permiten moverse por las instalaciones a su antojo. Donde más le gusta estar es en el Módulo —el Gueto, lo llama él—, un pabellón dentro de la residencia en el que, aislados por la cerradura de contraseña digital de su única puerta, viven los vejetes con las demencias más graves.

A Antonio le gusta el Gueto porque, gracias al sentido del humor canalla que siempre tuvo, y que aún conserva, se fascina con las ocurrencias de sus habitantes, a los que él apoda los reclusos. Pili, por ejemplo, que tiene un trastorno que consiste en hablar con fluidez una jerga ininteligible, se pasa el día de cháchara con Luisa, otra interna, que le da réplicas con toda naturalidad como si la entendiera. Pili y Luisa pasan desapercibidas para los demás residentes, casi todos en estado vegetativo, sentados en sillas de ruedas frente a un televisor sin volumen en una sala a la que Antonio llama el Parking. Pero a él no, a él le resultan alucinantes y divertidas. Igual que Juan, otro recluso, que después de comer se quita la dentadura postiza y, a sonoros chupetones, la rebaña hasta dejarla como una patena. O Luis, sin duda un galán en sus tiempos, que les tira los tejos a las auxiliares con una destreza que ya querría para la contención de su esfínter. Pero el recluso con el que Antonio pasa más tiempo es Braulio. A consecuencia de la extraña demencia que este padece, aunque parte del día está ausente, también tiene ratos de lucidez en los que ofrece una conversación reflexiva, plena e interesante, que a Antonio le apasiona. No obstante, en esos momentos de consciencia, Braulio también sufre, porque se da cuenta de que hace mucho tiempo que su hijo y su único nieto, Martín, no vienen a verle. Antonio juega entonces la baza de su enfermedad e intenta convencerle de que no es así, de que es la memoria la que le falla y no la visita de su familia. Braulio lo mira desconcertado y, aunque es posible que le crea, sigue triste hasta que vuelve el silencio a su mente y, quizás, le desea Antonio, la paz.

Este 25 de diciembre, después de comer puré de calabacín de primero y langostinos de segundo —uno, para bajar el colesterol y el otro, porque para eso es Navidad, le dice Antonio al interno que tiene al lado, que es sordo y no le oye, pero que de todas formas le sonríe—, comienzan a llegar las familias de los residentes. Antonio recibe a uno de sus hijos, el segundo, y a su nieto, que, ceremonioso, le hace entrega de una tableta de turrón para diabéticos. Al poco, mientras su hijo charla con otra visita, Antonio aprovecha su descuido para coger de la mano a su nieto, llevarlo al Módulo y allí pedirle que se acerque a Braulio, que le dé un beso y que le diga que es Martín. El crío, aun dubitativo, cumple no obstante con el encargo. Entonces Braulio lo abraza y, a continuación, señala a su abuelo y le dice:

—Mira, cariño, ¿ves a ese señor de ahí? —El chaval asiente perplejo—. Pues es Papá Noel.

JUAN JOSÉ FERNÁNDEZ ARROYO-MANSO

 

LA INVASIÓN DE LA NAVIDAD

Dos palmaditas en la espalda y un abrecartas con mis iniciales grabadas en el mango. Eso es todo lo que recibo como despedida por mi jubilación. Ni siquiera un «gracias por sus servicios, Martínez» o «le esperamos pasado mañana en la comida de Navidad».

¿Un abrecartas para qué? ¡Pero si ya nadie escribe cartas! Ni siquiera Hacienda. Como no se lo regale a los Reyes Magos; quizá ellos todavía reciban alguna. ¿Qué diablos hago con él? Con él y con todo este tiempo libre que me clava las saetas del reloj en los tejidos blandos de mi cuerpo. Y más aún en esta época en que todo el mundo se empeña en quererse y en imbuirse de buenos deseos y derrocharlos con unos y con otros; como si diciembre llegara año tras año con un virus de fábrica y el muy canalla soplara y soplara y por una suerte de estúpida magia contagiosa nos volviéramos todos, además de mentirosos, gilipollas.

Por si fuera poco, tengo que aguantar las lucecitas parpadeantes de mis vecinos a un palmo de mi cara en este patio interior minúsculo que nos une; mi habitación parece una discoteca cutre en la que, en lugar de los Bee Gees, suenan villancicos a todo volumen que consiguen que la fiebre del sábado noche me dure toda una semana. Aunque para nochecita la de ayer: menudo escándalo montó el gordo ese de Papá Noel; parecía que, a falta de chimenea en el edificio, se hubiese colado junto con sus nueve renos por el desagüe de las aguas fecales.

—¡Niñooo, ya está bien! —grito asomado a la ventana de mi cuarto mientras pienso con nostalgia en Herodes.

—¡Viejo carcamal! —me grita la madre del niño desde su ventana. Y justo después se pone a batir huevos con toda la energía que su corpulento cuerpo es capaz de producir.

Al niño le podrían haber regalado una consola, un teléfono móvil, un patinete, lo normal. Pero no: a los pies del escuchimizado árbol de plástico plagado de espumillón y bolas horteras que veo desde la cocina, le han dejado un juego de pompas gigantes de jabón; y esta mañana el patio de luces parece una maqueta a escala del universo. Es una invasión. Las pompas se elevan lentamente, con esos movimientos sinuosos que seducirían si no fuese porque estallan sin previo aviso y lo dejan todo hecho un asco, incluida la ropa tendida que tendré que volver a lavar.

Mira por dónde acabo de encontrarle una utilidad al abrecartas.

Saco medio cuerpo fuera por la ventana y, abrecartas en mano, estiro el brazo todo lo que me da de sí y peleo contra las pompas como un maestro de esgrima. Zas, zas, zas. Cada pompa que pillo desprevenida la rajo por la mitad. Chop. Una menos. Chop. Chop. Chop. Tres. La guerra se recrudece. Las pompas se agrupan para atacarme por todos los flancos; vienen hacia mí como una ráfaga de metralleta. Las embisto moviendo el abrecartas arriba, abajo, en diagonal, zas, zas, izquierda, chop, arriba, zas, esta de la derecha, chop, cuidado, otra vez en diagonal, zas, chop, chop, zas. Me hago un lío con el brazo, chopzaschop, chopzas. Provocadoras, tres pompas de jabón se desvían de su trayectoria y me alcanzan: una en el cuello, plof, dos en la nariz, plof, plof. Me quito los restos de las pompas estrelladas con el dorso de la mano. El ataque no se detiene. Pierdo terreno. El abrecartas chorrea jabón como si estuviese herido de muerte. Las pompas aprovechan para atacar con más ímpetu; son multitud. Plofplofplof. Lo agarro con las dos manos. Plof. Estoy exhausto. Me rindo. Sin soltar el abrecartas me tumbo en la cama. El abrecartas empapa las sábanas igual que si se hubiera meado. Me cabreo. Lanzo el abrecartas contra la pared y se clava justo encima del crucifijo. Por muy poco no cometo un magnicidio, pienso asustado. Y mientras me ocupo en pensar y en recuperar la respiración, una pompa de jabón se desliza sibilina sobre la cama, repta hasta mi pie y me muerde el dedo gordo tan delicadamente que me hace cosquillas. La miro expectante y, por qué no decirlo, con dulzura. ¡Es tan delicada! Le ofrezco el otro pie. Poco a poco me va devorando. Cuando quiero darme cuenta, estoy atrapado dentro de ella. El abrecartas cae al suelo. Muerto. Clock. Y, como si esa fuera la señal, la pompa de jabón se eleva y alza el vuelo conmigo dentro.

MARGARITA DEL BREZO

QUERIDOS REYES MAGOS

 

Queridos reyes magos. Soy Jorge, de la colonia 24601 en la Tierra. Vivimos cerca de las ruinas de algo que dice mi profe que era una iglesia grande que se llamaba la Sagrada Familia. ¿Cómo estáis?

Este año he sido muy bueno y apenas he discutido con mi hermano Paquito que aunque es revoltoso nos llevamos mejor que el año pasado.

Las notas han sido mejorables pero tampoco malas pero dice mi madre que me van a poner un profesor particular para lengua y ciencia y mates porque esto no puede ser y me irá mejor pero yo no quiero porque quiero tener tiempo para jugar a videojuegos con mis amigos y que me lleven al sitio de realidad virtual que hay en mi barrio y jugar con ellos aunque me dice mi madre que aún somos jóvenes para disfrutarlo y que si leyera más escribiría mejor pero me aburre leer.

Mamá trabaja en un despacho de abogados que son gente que defiende a otra gente y pasa mucho tiempo fuera y a veces llega tarde y se queja a papá de que tiene mucho trabajo y luego lidiar con esos dos monstruitos que no sé qué monstruos son pero me da miedo que haya monstruos en casa y a veces me cuesta dormir. Luego a veces se pelean porque los dos pasan mucho tiempo fuera y tiene que venir Martina y estar más tiempo con nosotros y dice mama que es caro y que ya no está la abuela Carmen para ayudar.

Papá pasa poco tiempo en casa porque trabaja en el gobierno y en primavera mi planeta tuvo por primera vez un primer contacto con extraterrestres que venían por primera vez en naves espaciales que tienen forma como de dragones. Mi papá hace una cosa llama diplomacia que es cuando tienes que hablar con otro país para que no haya guerra y está intentando hacer diplomacia con los extraterrestres porque nadie sabe que qué quieren porque su idioma es raro porque hablan con luces y olores y claro no les entendemos. Los extraterrestres de momento no han hecho nada malo pero sus naves lanzan rayos por todas partes y de noche y han hecho que llueva raro y a la gente en mi ciudad le duele la lluvia cuando les toca. A mí me tocó la lluvia el brazo cuando estaba en el balcón una vez y me quemaba me quemaba me quemaba y lloraba y Paquito lloró porque se puso triste de verme llorar y Mamá estaba asustada y me tuvo que meter en la bañera para lavarme con mucho jabón para que no me doliera más.

Este año murió la abuela Carmen y me puse muy triste porque yo quería a la abuela Carmen pero se murió. Entonces salió por la tele que unos bichitos como robot pequeñitos estaban saliendo de las naves y papa dice que son una plaga que venía en las naves y que se meten en las personas muertas y los hacen andar como las marionetas que vimos en el parque de atracciones y sacan información de lo que hay en internet de esas personas y vienen a las casas donde vivían para meterse dentro y sacar más información y poder integrarse y hacer más robots pequeñitos y un día vino la abuela Carmen pero estaba muy estropeada y muy rota y se le veían los huesos y estaba muy tiesa y decía hija ábreme que soy tu madre y le decía a mamá cuando era su cumpleaños y que viajes habían hecho y déjame entrar hija y mamá gritaba y lloraba y puso un mueble delante de la puerta hasta que la abuela se fue.

Así que estamos algo mal en casa y en la tierra y quería pediros un paraguas para la lluvia que no duela y el el Throatslasher 4 para jugar con mis amigos y un traductor para que mi papa entienda a los extraterrestres y que Paquito no me tire del pelo y que mamá no llore al ver a la abuela Carmen cuando vuelve.

Dice mi mamá que tengo que mejorar como escribo y que ella me ayuda cuando haya menos lío pero que lo vamos a trabajar este año pero yo quiero jugar a videojuegos.

Un abrazo fuerte de

Jorge Basanta

7 años

20 de diciembre de 2130

ESTANISLAO PAN GARCÍA

Cursos online de Escritura Creativa – Culturamas