Movimiento continuo:

Sobre la trilogía de poemarios: En el fin del continente, Jardín de frailes y Pacífico del sur, de Carmen Vega.

No hay duda de que este verano Carmen Vega ha sido visitada por la inspiración. Seguramente ofreció asilo a las musas, y éstas, instaladas entre los castaños de su jardín, se han tenido que sentir muy mimadas, para acompañarla mientras escribía y luego publicaba, todo en el mismo verano, los poemarios que nos ocupan y quién sabe si alguna cosa más.

Carmen Vega (Pinos Puente, Granada), ha tenido una larga trayectoria profesional en el cine, y ya había publicado otros dos títulos en solitario: La navaja de Buñuel (Cuadernos del Vigía) y Cuaderno de conversación (Devenir), en los que, a mi modo de ver, se aprecia una evolución desde la prosa narrativa, aunque siempre poética de su primer libro, al poema que busca desprenderse cada vez más de lo narrativo en el segundo.

Carmen vuelve a publicar ahora, no un único poemario, sino una trilogía. Es posible que el simbolismo del número tres como movimiento perpetuo y deseo de perfección, sea la base de la estructura de su nueva obra, ya que el primer libro de esta trilogía, En el fin del continente, se divide a su vez en tres partes. En la primera, Palabras que se cuelan por los huecos, el entorno de la casa donde se alternan el día y la noche, el sueño y la vigilia, nos habla del paso del tiempo, del dolor, del miedo, de las pequeñas rutinas que nos consuelan, de ese todo y esa nada de la que estamos hechos. La segunda parte Agua que desemboca en la intimidad del otro, nos brinda una naturaleza indómita, en imágenes que acompañan al dolor con su belleza. En la tercera y última, Huellas perdidas en un continente, los espacios abiertos, o subterráneos, el espacio de la infancia y de la juventud, o el espacio europeo actual desangrado por la furia y la zozobra, son el punto de apoyo de la nostalgia pero también de la necesidad de levantarse y despertar.

Jardín de frailes, el segundo libro de la trilogía, alerta ya en los epígrafes sobre las reflexiones de la autora acerca de la dirección del camino, la afirmación de la diferencia, la mezcla de los males y los bienes. El poema se hace más despejado, mientras deja que las palabras, muchas veces sencillas, se coloquen en el lugar preciso para evocar imágenes que hablan con más claridad de ese temblor, gozoso y aterrado al mismo tiempo, de la experiencia íntima.

La trilogía se cierra con Pacífico del sur, donde la necesidad expresiva del poema echa mano de cualquier recurso a su alcance dentro de la hoja en blanco; caligramas, cambios en los tipos o en los tamaños de las letras, y sobre todo imágenes poéticas de gran fuerza que, sin negar el dolor y el sufrimiento, nos acercan a la belleza, terrible a veces.

Autopublicados en colaboración con la editora y diseñadora gráfica Victoria Cienfuegos, los libros llevan fotografías de Nata Rico, y alguna de la propia autora en sus cubiertas, lo que enriquece esta edición muy cuidada.

Carmen Vega, que los presentó en la Casa de la cultura de El Escorial, donde actualmente reside, optó por regalar el libro a los asistentes, un comportamiento con precedentes en los autores de la antigua Roma, quienes solo buscaban ser leídos por los claramente interesados en sus escritos. Es de esperar que los lectores que ahora deseen acercarse a estos poemarios, puedan adquirirlos en alguna librería o dirigirse a la propia autora, para hacerse con un ejemplar. Personalmente tengo la fortuna de contar con ellos ya en mi biblioteca, la suerte de haber conocido a Carmen Vega a través de sus otras publicaciones y ahora el privilegio de reseñarla.

Leer poesía alimenta el alma. El alimento que nos ofrece Carmen es de los que nutren sin necesidad de edulcorantes ni adornos. Leamos a Carmen Vega.

 

Isabel Cienfuegos.

Madrid, 20 de octubre 2022