Este mes inauguramos la sección Nubosidad variable (homenaje a Carmen Martín Gaite). Comenzamos con los cuentos de nuestras socias, las escritoras Eva Manzanares y María José Beltrán.
Para más información sobre la publicación de relatos en nuestro Fanzine, podéis escribir a info@ameisescritoras.es o rellenar el formulario de contacto.
AGUA DE RANAS
Esa noche el cielo arrojó ranas. El aire se llenó de pegotes de gelatina que golpeaban sus nalgas contra el asfalto. Sonaron sus voces, croac croac.
Papá chasqueó su lengua. El estado acuático de su voz provocó un sunami. Saltamos de las camas. Saltó mamá, saltaron mis hermanos. Croac croac. La noche se convirtió en un espectáculo de criaturas viscosas desorientadas. Un concierto de caída libre. Los paraguas amortiguaban el crujido de sus huesos.
Mi hermano cubrió la cabeza con un saco, jadeaba su mente y las ranas se posaban sobre sus miedos. Mamá gritó «el cielo pare monstruos». Su berrido mordió el tímpano de la boria.
Ellos hicieron jaulas de plástico. Yo alcé mi mano. De mis dedos salieron membranas y del sonido lo sucedido antes del verbo, del croar, del aullido, del grito. Cuando todo era primigenio.
Eva Manzanares (Cartagena, 1971). En la actualidad vive en A Ramalleira, una aldea de A Coruña.
Es directora de operaciones y cofundadora de Link Affinity, software de relaciones públicas digitales.
Estudió Lengua y Literatura española en México y cuenta con una diplomatura en creación literaria por el Instituto Nacional de Bellas Artes de México.
Fue finalista en la IV Edición del Concurso Internacional de Microrrelatos Museo de la Palabra. Ganó el XV Certamen Literario de Relatos Breves Mujeres 2020, convocado por el Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife.
Su primer libro de cuentos, titulado Todas lloran (In Limbo) se ha publicado en 2023.
OTRAS VIDAS
Estuve con el ciego un poco más de dos años. Él y yo limpiábamos los parques. Recogíamos la basura. Una tarea que él se atribuyó, no había una nómina, no había nada de eso. Y yo le ayudaba. Trató de echarme a empujones con su mirada turbia. Vete, no puedo hacer nada más, es tu turno, tú sola. Pero ni aun así. Desde siempre me ha gustado escarbar en los contenedores de basura. Ya de pequeña lo hacía. Ahí te puedes encontrar con cualquier cosa. También en los parques lo encuentras. Unos zapatos de piel correosa y suela de cuero lisa, sin dibujo, a punto de agujerearse. Algo que te fascina porque te hace pensar en aquel o aquella que los poseyó, revives los muchos lugares por donde anduvieron, descubres amantes infieles o entregados, amigos de infancia que traicionan, las posibilidades son inmensas. Por un día, unas horas, un rato, te conviertes en ese personaje. Y entonces incorporas un eslabón nuevo a una cadena invisible, imaginaria, que es tuya, que nadie te podrá arrebatar.
O, mientras anochece, vislumbras un macetero quebrado, una planta medio moribunda, desgarbada, que te llevas a tu casa, la pones junto a la ventana y la cuidas, y la rozas a propósito con las yemas de los dedos cuando pasas cerca, y pasas cerca a menudo. Y, de repente, un día, en el extremo de un tallo, nacen cuatro capullos que se convierten en enormes campanas invertidas, de una belleza que hierve, entreveradas de rosa y blanco. Blanco roto.
El ciego y tú conseguís una pequeña colección de arañas disecadas e insectos; luciérnagas, mariposas, saltamontes; hasta varios murciélagos diminutos que la intemperie, el tiempo y algún roedor han logrado momificar. Los ensartáis en láminas de corcho reciclable. Tendidos sobre la hierba, la espalda contra un árbol. El ciego los palpa una y otra vez. No hay prisa. Tú quieres absorberlo todo: al ciego, los resquicios familiares de esos seres chiquitos. Desensartas una mariposa amarilla y la depositas sobre la nuca del ciego. Él simula un ligero temblor, su cabeza se conmociona, las alas de la mariposa vibran. ¿Es que esa mariposa aletea? Luego tú coges una luciérnaga, que agitarás en la penumbra, buscando pequeños agujeros de luz para que la atraviesen y la hagan parpadear. Al ciego le agrada desprender un saltamontes y posarlo sobre tus labios, la mirada directa y clara. Ahora tú coges el saltamontes y lo dejas sobre tu propia lengua, el ciego toca tu boca. Os estremecéis. Y es hermoso. Luego invertís los papeles. Varias especies animales, por unos instantes, parecen haber recuperado la vida, vosotros con ellas.
Te merece la pena hurgar, recoger, ir de aquí para allá en busca de no se sabe muy bien qué. Los que no son adictos, de alguna u otra manera, a los restos, a lo que se ha desechado, no lo entenderán. Pero a nosotros nos unió. Supongo que eso fue lo que nos unió al ciego y a mí.
Yo le ayudaba a limpiar los parques.
María José Beltrán es autora del libro de relatos Lo llamaré frontera (2018), y de las novelas Río cicatriz (2021) y Caleidoscópica (2024). Ha sido finalista del XXVIII Premio Ana María Matute de Narrativa. Los volúmenes colectivos Arritmias (2018) y Diez Relatos de Mujeres (2015) recogen algunos de sus cuentos.