Cuestionario AMEIS:
1.- Háblanos de tu último/s libros. ¿Qué ha supuesto para ti? ¿Cuánto tiempo tardaste en escribirlo?
Escribí mi última novela, Oceánica, entre octubre de 2018 y diciembre 2020. El fin de una época y el inicio de otra. Básicamente es la historia de una ballena varada que interroga a los humanos sobre su locura y su desmesura. En la novela había una línea argumental de pandemia por zoonosis y, en medio del proceso de escritura irrumpió el coronavirus. La cabeza me dio muchas vueltas porque la realidad había atrapado a la ficción y se movía mucho más deprisa que yo. Escribí bajo un síndrome de emergencia (por lo general soy muy lenta), con muchos descartes y muchas recomposiciones. De alguna manera ese ritmo frenético se trasladó al texto, que corre y salta de un siglo a otro tratando de anular el tiempo y de gritar la urgencia. Oceánica es una novela oleaje, hecha de voces ola, múltiples; a veces se convierte en tormenta, a veces lleva al fondo… La escribí con ese impulso, ante la amenaza de naufragio. Ahora que la amenaza es más patente, es posible que la urgencia se transmita mejor.
2.- ¿Cuál es el género literario con el que más te identificas?¿Por qué?
La novela. Solo he escrito un libro de relatos y corrió el riesgo de convertirse también en novela. Lo mismo me está sucediendo ahora con un ensayo sobre la literatura en el Antropoceno, que está a punto de dar un giro y pasarse al campo de la novela. Necesito espacio. Y necesito materialidad.
3.- ¿Crees que se cuestiona lo suficiente el canon literario existente actual?
El canon se cuestiona, como cualquier forma de poder. ¿Suficiente? Nunca es suficiente, el cuestionamiento tiene que renovarse continuamente. Los estudios literarios han ido evolucionando y desplazando perspectivas, multiplicándolas: estudios de género, post-coloniales, geocrítica, ecocrítica… Pero creo que las diversas perspectivas no deberían convertirse en batallas para acceder finalmente al podio del canon. En mi opinión lo importante es mirar las obras literarias desde lugares nuevos y defender por qué se mira desde ahí, por qué esa nueva atalaya es necesaria.
4.- ¿Cuáles son tus referencias literarias? ¿Y de escritoras?
Me cuesta contestar porque someto a crítica mis referencias continuamente. Mis lecturas de formación fueron mayoritariamente autores del boom hispanoamericano y la generación del 27; después, como arabista y crítica literaria, me especialicé en literaturas árabes y orientales; más tarde como profesora de creación literaria trabajamos mucho las literaturas del yo, los lenguajes de la conciencia (Faulkner, Joyce, Woolf, Handke, Bernhard, Bachmann…) En la época de madurez mis referencias se han visto marcadas por mis procesos de escritura y por el hecho de vivir en Francia; en estos últimos 25 años he leído mucha narrativa francesa contemporánea, destaco a Camille de Toledo, Laurent Mauvignier, Olivia Rosenthal, Stéphane Audeguy.
5.- ¿Cuál es el libro que te hubiese gustado escribir?
Las ciudades invisibles, de Italo Calvino.
6.- ¿Cómo relacionas la lectura con la escritura?
Leer bien es un arte tan complejo como escribir bien. La literatura es un acto creativo de ida y vuelta, un proceso donde se encuentran dos imaginaciones. Si una de ellas falla, si no está a la altura, no hay experiencia literaria. Hoy proliferan los talleres de escritura, pero no los de lectura. Vivimos un momento de abundancia de escrituras y escasez de lectores. Algo falla en la ecuación.
7.- ¿Nos recomiendas alguna de tus lecturas recientes?
La vida nueva de Raúl Zurita, poesía para el fin de un tiempo. Membrana, de Jorge Carrión, por asumir el reto de construir una voz narrativa no humana (IA) y cambiar de escala. Canto yo y la montaña baila, de Irene Solà, por el mismo reto pero en dirección contraria: habla la naturaleza. El clamor de los bosques, de Richard Powers, un best-seller con aliento ecológico que liga árboles y humanos.
8.- ¿Qué crees que podemos hacer las escritoras para obtener más visibilidad en escuelas, universidades, congresos…?
No lo sé. Sobre el tema de la visibilidad tengo muchas dudas. Es un laberinto endiablado en el que es fácil perderse, desesperarse, y no salir. Por mi parte, trato de no perder el norte y resistir.
9.- ¿Qué estabas leyendo mientras escribías este libro o prefieres centrarte en la escritura para que nada te influya?
Soy algo obsesiva y bulímica textual. Cuando escribo tengo la atención puesta en un tema y prácticamente no leo nada que quede fuera.
Durante los dos años que ha durado la escritura de Oceánica he leído mucho ensayo relacionado con el tema de la novela: por un lado, una inmersión en textos sobre ecología, desde los clásicos -Hans Jonas,Thoreau, Ivan Illich, Aldo Leopold-, la ecología política – Charbonnier, Audier-, Ecofeminsmo -, Dona Haraway-, la ecosocial – Jorge Riechman, Yayo Herrero, Ramón Fdez Durán-, colapsología e historiadores del declive -Servigne, Yves Citton, Diamond- y otros pensadores del Antropoceno -Bruno Latour, Chakrabarty, Anna Tsing, Amitav Ghosh-; estudios culturales -Hoare-. Por otro lado, bastante documentación sobre la industria ballenera en el siglo XVI y su entramado socioeconómico, la situación de la mujer en el XVI -destaco Calibán y la bruja, de Silvia Federici-; y un abanico de ensayos diversos sobre la situación de los océanos y las ballenas hoy; sobre la política como performance…
También novelas, la mayoría de ellas relacionadas de una manera u otra con la naturaleza. La lista sería muy larga, dos años es mucho tiempo. Releer Moby Dick, claro, y el Corazón de las tinieblas, desenterrar joyas como Ramuz, descubrir autoras sorprendentes como Olivia Rosenthal…
10.- Describe cómo es tu “habitación propia”, ese lugar o lugares donde sueles escribir.
Suelo escribir en mi estudio, bastante funcional. Ahora mismo: una mesa saturada de pilas de libros con el espacio justo para el ordenador (portátil) y un cuaderno; una especie de cama-diván que se suponía que era para tumbarme a leer pero que, curiosamente, también está saturada de pilas de libros; un mueble indio con archivadores y manuscritos; estanterías-pared también saturadas de libros. Una ventana abierta a un horizonte de tejados de casas blancas bajas, y un balcón desde el que puede verse el monte Jaizkibel. Hay bastante silencio, se oyen pájaros y algún coche de vez en cuando.